Knocking at the Doors of Heaven Knock, knock, knocking at Heavens door... Knocking at the doors of Heaven to borrow a cup of sugar, half a lemon, some wine, the needed spoonfuls of oil. Knocking at the doors of heaven, neighbor to tempests, raising little platters of supplication with a list of small favors that a Hand refuses to grant. And the cultured voice answers, He is not at home, He has gone out, I cannot give you anything in His name, come tomorrow morning, at that hour you will find Him, very early, before dawn. She climbs down, humiliated and enraged, breaking the branches of the tree she has climbed, maybe some of them wont grow back and the ladder will get shorter. She throws herself on the ground, crumpling the paper in her hands with the empty cup. She has never arrived early enough to find Him in, she never will. He knows that the suppliants greed knows no bounds, that the sugar and the wine and the oil trickle through the hollow of desire and that all favors will burn vainly in stills of transmutation. But she will knock again at the doors of Heaven asking for a cup of sugar to deceive the mouth of death, a dark wine to enclose time within the feast of the body, some salt of memory to record the air of days that have gone away while she climbs, clumsy and obstinate, up the broken tree, growing old, in her nightgown and winter slippers, to knock at the door of Him who withholds His secrets.
Golpeándo a las puertas del cielo Knock, knock, knocking at Heavens door... Golpeando a las puertas del Cielo para pedir prestada una taza de azúcar, medio limón, un vino, dos cucharas de aceite necesarias. Golpeando a las puertas del cielo, vecina de intemperie, elevando bandejitas de súplica con una lista de pequeños dones que una Mano se niega a conceder. Y la voz educada contesta El Señor no está, el Señor ha salido, yo no puedo darle nada en Su Nombre, vuelva mañana por la mañana, a esa hora encontrará al Señor, muy temprano, antes del alba . Ella baja, humillada, con furia, quebrando las ramas del árbol por donde ascendió acaso algunas no vuelvan a retoñar y la escala se corte . Ella se arroja sobre la tierra estrujando su papel en las manos con la taza vacía. Nunca ha llegado tan temprano para encontrar al Señor, nunca llegará. El sabe que la codicia de la suplicante no tiene medida, que el azúcar y el vino y el aceite se escurren por el hueco del deseo y que todos los dones arderán vanamente en alambiques de transmutación. Pero ella volverá a golpear a las puertas del Cielo pidiendo una taza de azúcar para engaņar la boca de la muerte, y un vino oscuro para encerrar al tiempo en la fiesta del cuerpo y una sal de memoria para grabar el aire de los días que fueron, mientras sube, torpe y obstinada por el árbol roto, envejeciendo, en bata de dormir, con pantuflas de invierno, a golpear la puerta del Señor que reserva sus secretos.
María Rosa Lojo |